Durante tres intensos días, Antonio, Javier, Juan Manuel y yo, nos adentramos en los paisajes de la Sierra de Aracena, pedaleando entre pueblos blancos, bosques de castaños y rincones llenos de belleza natural. Fueron jornadas en las que el esfuerzo, la belleza y la calma de la sierra se entrelazaron en una experiencia que invita a repetirla.
Segundo día, 16 de octubre, amaneció con cielo en parte cubiero, temperatura ideal para practicar ciclismo y un reto mayor por delante. Sabía que sería la etapa más larga y exigente del recorrido, y así fue. Tras pasar nuevamente por Cañaveral de León, cruzamos el límite provincial para adentrarme en tierras extremeñas. La primera localidad extremeña fue Fuente de León, un enclave tranquilo donde las casas encaladas parecían observadores silenciosos del paso del tiempo. Desde allí a Cabeza de Vaca donde la ruta se volvió más exigente, especialmente al superar la larga cuesta que nos dirige a nuestro destino, —el punto mas alto de Badajoz— el Monasterio de Tentudía. En esa subida sentí el peso del esfuerzo y decidí poner pie a tierra, consciente de que conservar energías era esencial para completar la jornada con la dignidad que requieren mis canas. Alcanzar el Monasterio fue una recompensa en sí misma: el silencio del lugar, el horizonte abierto y la sensación de estar sobre el techo de la sierra compensaron cada pedalada. El retorno nos llevó por Arroyomolino de León, de nuevo Cañaveral y, finalmente, Aracena.
Habíamos completado 110,7 km y 2.479 metros de desnivel acumulado, una auténtica prueba física y mental. Esa tarde, la parada en la confitería Rufino de Aracena fue casi un ritual: los pasteles de la casa, auténticas joyas de sabor, se convirtieron en el mejor premio al esfuerzo del día.Tercer día, 17 de octubre de 2025, llegó con un aire más relajado, perfecto para cerrar la experiencia con calma. Nos desplazamos a Jabugo en coche y desde allí emprendímos una ruta más suave, pero igualmente inspiradora, de 42,1 km y 960 metros de desnivel positivo.
Tres días, casi 210 kilómetros y 4615 m. de metros de ascenso, comprendí que cada subida mereció la pena. El cuerpo quedó cansado, pero el espíritu regresó renovado. La Sierra de Aracena, con su calma, su belleza y su sabor, volvió a recordarme por qué cada pedalada en estas tierras tiene algo de mágico.


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